Gente de los Andes: diversidad, ciudades y resiliencia frente al clima

gente de los andes, Mother and child in colorful traditional attire in snowy Andean village setting.

Cuando pensamos en los Andes, imaginamos cumbres nevadas y valles infinitos. Pero, sobre todo, hablamos de la gente: millones de personas que han tejido sus vidas con el ritmo de la montaña, entre tradiciones ancestrales y desafíos muy actuales.

Un cordón humano que une ocho países

En la cordillera andina habitan 68 millones de personas; de ellas, alrededor de 21 millones pertenecen a pueblos originarios. La región es cada vez más urbana: hoy, el 83% de la población de los países andinos vive en ciudades, y en tres décadas el IDH promedio pasó de 0,64 (1990) a 0,78 (2020).

Ciudades que dependen de las montañas

La urbanización se aceleró: en 1950 la población urbana era 48% y para 2020 alcanzó el 83%, un cambio que tensiona la planificación y la sostenibilidad. Aun las grandes urbes costeras, como Lima, dependen del agua y la energía que nacen en los Andes; los ecosistemas altoandinos —punas, bofedales, humedales, turberas y bosques— sostienen la seguridad alimentaria y sanitaria de millones.

Una tierra modelada por la gente

El paisaje andino muestra “biomas antrópicos”: desde asentamientos densos y rurales hasta áreas agrícolas y de pastoreo. En buena parte de la región, las áreas de pastoreo dominan la escena, mientras que los biomas agrícolas ocupan proporciones menores del territorio.

Lenguas que cuentan la historia

La diversidad cultural se escucha en las lenguas vivas. Se estima que la población indígena andina roza los 21 millones, con familias lingüísticas como el quechua (8–10 millones de hablantes), el aymara (2,5 millones), el mapudungun y varias lenguas chibchas aún presentes.

La huella humana y los límites del territorio

La transformación del suelo ha dejado marcas profundas: en zonas de alta montaña se ha perdido hasta 1,5% de la cobertura original por año (1987–2007) y los bosques montanos tropicales registraron deforestación de 1,55% anual entre 1980 y 2010. Según el Índice de Huella Humana, el impacto promedio es mayor en las regiones andinas de Venezuela y Colombia, y menor en las de Chile y Argentina; los valores tienden a ser más altos en bosques, y los ecosistemas de alta montaña concentran grandes áreas impactadas.

Desarrollo, agua y riesgo climático

El IDH ajustado por presiones planetarias (IDH-P) recuerda que el bienestar no puede desligarse de las emisiones y del consumo material: a mayor presión, mayor reducción. En paralelo, el riesgo hídrico crece: las ciudades —andinas y costeras— dependen de ríos de montaña, mientras el cambio climático altera lluvias, eleva el estrés hídrico y amplifica sequías, inundaciones y deslizamientos.

Soluciones que nacen en las alturas

Frente a estos desafíos, las respuestas brotan desde los territorios: gestión integrada de cuencas, mejora de riego, retribución por servicios ecosistémicos, conservación de humedales y bosques, agricultura sostenible y ganadería climáticamente inteligente. Son acciones que combinan saberes tradicionales y nuevas técnicas para fortalecer la resiliencia y mejorar la vida cotidiana.

Mirar la cordillera con ojos de futuro

La cordillera andina nos recuerda que desarrollo, cultura y naturaleza están entrelazados. Reconocer la diversidad, proteger los ecosistemas y apostar por soluciones locales es la ruta para que las montañas sigan siendo hogar, fuente de agua y memoria compartida.