La vegetación altoandina frente al cambio global: una síntesis continental revela transformaciones y caminos para su resiliencia

vegetación altoandina, Captivating desert landscape in Bolivia with clear blue skies and distant mountains.

Cuando miramos hacia las cumbres de los Andes, no solo vemos paisajes de sobrecogedora belleza, sino ecosistemas vivos y dinámicos que están respondiendo a un ritmo acelerado de cambio. El páramo, la puna y la estepa andina austral, esos gigantes verdes que actúan como torres de agua para millones de personas, se encuentran en una encrucijada sin precedentes.

Un reciente estudio de síntesis continental, que recopila décadas de investigación, revela que el calentamiento en estas regiones supera a menudo el promedio global. Este aumento de temperatura está empujando la vegetación hacia arriba, un fenómeno documentado con especial claridad en los páramos, donde los monitoreos en cumbres muestran un aumento en la riqueza de especies y una creciente presencia de plantas propias de altitudes menores. Mientras tanto, los glaciares, esos reservorios de agua sólida, retroceden a un ritmo vertiginoso, alterando para siempre la hidrología de las cuencas.

Respuestas regionales: un mismo desafío, realidades distintas

La cordillera responde de manera heterogénea. El páramo, húmedo y megadiverso, muestra la migración altitudinal más marcada. La puna, con su histórica tradición agropastoril y su dependencia crítica del agua, es extremadamente sensible al estrés hídrico; sus turberas altoandinas (bofedales) podrían incluso dejar de ser sumideros de carbono para convertirse en fuentes de CO₂. Más al sur, la estepa andina, antes menos intervenida, enfrenta ahora amenazas emergentes como la megasequía en Chile central, la expansión de la minería y la introducción de especies exóticas.

La huella humana se intensifica

A la presión climática se suma la huella humana. El pastoreo, la agricultura y la quema han moldeado estos ecosistemas por milenios, pero su intensificación actual genera suelos compactados, pérdida de biodiversidad y alteración en la estructura de la vegetación. Actividades como la minería y la construcción de carreteras representan una transformación brusca del paisaje, con impactos directos en la vegetación y la calidad del agua, generando a la vez tensiones sociales.

Especies exóticas: una amenaza en ascenso

Aunque por ahora la presencia de especies de plantas exóticas invasoras es moderada en comparación con otras montañas del mundo, la puerta está abierta. Plantas como el diente de león (Taraxacum officinale) y la acedera (Rumex acetosella) han logrado colonizar grandes rangos altitudinales, aprovechando las perturbaciones antrópicas y, en un inquietante giro, la facilitación que les brindan plantas nativas “nodrizas”, como cojines y rosetas gigantes, que les ofrecen un microclima favorable en entornos extremos.

Tejiendo soluciones: la urgencia de estrategias regionales

El mensaje central de esta síntesis continental es claro: no basta con una receta única. La conservación de estos ecosistemas vitales exige estrategias específicas para cada región, que consideren sus particularidades climáticas, su historia de uso y su contexto socioecológico. Es fundamental fortalecer las redes de monitoreo a largo plazo, como la iniciativa GLORIA, y promover la investigación coordinada que analice las complejas interacciones entre el cambio climático, el uso de la tierra y las invasiones biológicas.

Proteger la vegetación altoandina es más que un acto de conservación; es una inversión en la seguridad hídrica, la estabilidad climática y el bienestar de todas las comunidades que, aguas abajo, dependen de los servicios que generan estas imponentes montañas. El conocimiento científico es, hoy más que nunca, la brújula que debe guiar la acción.