Cuando amanece en los Andes, el agua que corre, el aire frío que baja de los glaciares y el verde que trepa por las laderas cuentan una misma historia: la de una biodiversidad andina que sostiene la vida y la cultura de millones de personas. Comprender su valor no es un lujo académico; es una urgencia compartida.
Un mosaico que protege y provee
La Iniciativa Andina de Montaña concentra más de la mitad de las áreas naturales protegidas de la región: 56% del total, con 1.356 áreas registradas. Este dato revela tanto el esfuerzo de conservación como la magnitud del desafío que tenemos por delante.
Los Andes albergan cuatro grandes paisajes —bosques, arbustales, pastizales y glaciares— que ofrecen servicios ecosistémicos esenciales para la adaptación al cambio climático y la gestión de riesgos. Incorporarlos en la planificación económica pública y privada no es solo sensato: es estratégico.
Tres “puntos calientes” de biodiversidad
En la cordillera confluyen tres hotspots mundiales, regiones con altísimo endemismo y gran pérdida de vegetación original. Para considerarse “punto caliente”, una región debe tener al menos 1.500 plantas vasculares endémicas y haber perdido más del 70% de su vegetación original.
- Tumbes–Chocó–Magdalena: uno de los lugares con selvas más húmedas del planeta y últimos bosques secos costeros de Sudamérica. Alberga ~11.000 plantas vasculares (2.750 endémicas) y cerca de 2.000 vertebrados, 364 de ellos endémicos; enfrenta presiones por deforestación, minería y conflictos sociales.
Área aproximada: 27 millones de hectáreas; 11% protegidas. - Andes Tropicales: desde Venezuela al norte de Chile y Argentina, concentran cerca de la sexta parte de la flora mundial y son fuente de agua para 57 millones de personas. Registran 30.000 plantas vasculares y una extraordinaria diversidad de vertebrados.
Área: 158 millones de hectáreas; 15 millones protegidas; 442 sitios clave conectados por 29 corredores. - Bosques chilenos de lluvias invernales y laurisilva valdiviana: gran riqueza de endemismos y presiones por sobrepastoreo e incendios; 25 millones de hectáreas, con 40% protegidas.
Bosques, arbustales y pastizales: tejidos que cambian
Los bosques andinos —desde yungas nubladas hasta bosques secos montanos— muestran respuestas contrastantes al cambio climático: el bosque montano siempreverde perdería área neta, mientras que el estacionalmente seco podría ganar; en ambos casos se esperan cambios en la composición de especies.
Los arbustales, claves en la transición bosque–pastizal, tenderían a ganar superficie neta a medida que cambien las lluvias y se expandan sobre terrenos donde otros ecosistemas retroceden.
En los pastizales de altura, los páramos figuran entre los ecosistemas más vulnerables: podrían perder casi la mitad de su área antes de 2070, mientras que la puna mantendría su extensión, aunque no necesariamente su composición o funciones.
Glaciares: memoria de hielo que se apaga
Los glaciares tropicales andinos podrían reducirse a menos del 20% de su extensión actual hacia 2070. Su retroceso altera el equilibrio ecológico e impacta servicios esenciales y culturas locales. Cuidar la “infraestructura natural” que amortigua estos cambios es hoy más costo-efectivo y resiliente que muchas soluciones grises.
Del dato a la decisión
- Cerrar vacíos de información, integrar la biodiversidad en la economía y escalar prácticas compatibles con agricultura, ganadería y turismo son tareas inmediatas.
- Reforzar la educación y la evidencia sobre servicios ecosistémicos puede movilizar inversiones y orientar políticas con impacto real en el territorio.
Un llamado desde la montaña
Los Andes son algo más que un telón de fondo imponente: son una red de vida que nos alimenta, nos da agua y sentido de pertenencia. Protegerla exige conocerla y actuar con la misma paciencia con que la cordillera se formó: decisión, cooperación y visión de futuro.



